Rompemos relaciones desde el odio o el enfado y pensamos que es por eso que rompemos, porque ya no nos soportamos más.
Hacemos como si el otro ya no existiera más para nosotros, como si hubiera muerto o como si, a ser posible, no hubiera existido. Como si no hubiéramos compartido muchísimo con la otra persona, a veces incluso hijos.
Cuando eso sucede es porque hemos usado el mecanismo de proyectar en el otro algo que no hemos sanado dentro de nosotros. Y porque culpamos al otro del fin de nuestras ensoñaciones.
Es esencial que cuando decidamos separarnos de alguien, o cuando la vida (o la muerte) nos lleve a ello, lo hagamos siempre desde el amor, desde el respeto al otro y la gratitud por lo vivido.
Para que los dos nos quedemos bien con nosotros mismos y podamos seguir libres nuestro camino, sin el peso del cruel enganche que el rencor siempre supone. Desde la sana responsabilidad de lo que nos sucede y desde nuestras propias y libres decisiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario