Sólo podemos cambiar cuando vemos, por nosotros mismos, la necesidad real de hacerlo.
De nada sirve que desde afuera nos ayuden a ver el problema si nosotros no lo vemos, o no lo queremos ver.
Por eso es completamente inútil el querer que los demás cambien y que corrijan algo que ellos no ven como problema en sus vidas.
Y cuando cambiamos para complacer a otros, el cambio no es sino epidérmico y superficial, muy de mente y sin que llegue al cuerpo. A la mínima se volverá a la antigua situación.
Hemos de comprender este hecho y entender que no se trata de que cambie el otro sino que yo vea si quiero cambiar yo o si lo que tengo que cambiar es, sencillamente, el modo que tengo de relacionarme con esa otra persona.
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