Una de las características de la cultura patriarcal, que comenzamos a dejar atrás, ha sido la del rechazo de la naturaleza y del cuerpo humano como manifestación de la misma.
El proceso civilizador se identificaba con la represión de los instintos naturales y el desarrollo de la mente controladora.
De ahí nuestro rechazo a nuestro cuerpo, que parece un simple añadido a nuestra mente cerebral.
Es por eso que, en muchas ocasiones nuestros cuerpos muestran desequilibrios, por un lado porque no los respetamos y por otro porque manifiestan, en buena medida, los desequilibrios emocionales resultantes de la represión.
Olvidamos que somos cuerpo como olvidamos que seguimos siendo naturaleza, y que estamos ligados, de una forma inevitable, al destino de nuestro medio ambiente y de la Madre Tierra.
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