El odio es más sencillo de lo que nos parece. Basta en pensar que alguien es el responsable de nuestra infelicidad o desgracia para que ya lo odiemos.
Puede que no conscientemente, porque podemos rechazar ideológicamente el hecho de odiar, pero sí desde el inconsciente y sí de hecho.
Y si pensamos que lo hace intencionadamente, nuestro odio es aún mayor, aunque no podamos saber realmente si hay intención real en ese odio o si es algo inconsciente como creemos que es el nuestro.
No entendemos que nuestro odio es nuestra principal causa de infelicidad, nunca el odio del otro. Es lo que sentimos lo que marca el cómo nos sentimos.
Porque cuando buscamos culpables simplemente justificamos y sostenemos nuestro malestar, nunca lo sanamos,
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