Cada persona escoge una serie de valores morales que son la base de su forma de enfocar la vida, y a partir de los cuales basa sus juicios.
Ahora bien, los valores escogidos suelen ser, simplemente, los que se ajustan a su personalidad. No construímos nuestra personalidad a partir de esos valores, como solemos pensar, sino que construímos nuestro orden de valores en función de nuestra personalidad.
Y es, desde ahí, desde dónde juzgamos a los demás como una forma de sentirnos moralmente superiores, porque todo juicio codenatorio de los demás conlleva una creencia en nuestra superioridad moral.
Así, cada vez que juzgamos, reforzamos tanto nuestro código de valores como nuestra personalidad, sin darnos cuenta del rígido corsé que eso nos supone y de cómo nos limita.
Es por eso que hemos de empezar a contemplar al otro desde una igualdad básica, aprendendiendo a mirar desde el respeto de saber que cada uno de nosotros somos como podemos y como sabemos ser, y que es, a partir de ahí, de esa subjetividad, que solemos tender a justificarnos y a juzgar a los otros.
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