Muchas veces cronificamos nuestro sufrimiento con tal de evitar el dolor.
Para mí el dolor en la vida tiene que ver con el descubrir y aceptar aspectos de la realidad que no nos gustan, que no son como nosotros creíamos o nos gustaría que fuesen. Es como un desengañarte de algo.
El sufrimiento, sin embargo, es el resultado de resistirnos a la realidad, de negarnos a abandonar nuestro autoengaño. Va acompañado siempre del miedo, del miedo a que la fantasía se caiga o sea descubierta.
Esos autoengaños y esas fantasías buscan compensarnos de heridas y carencias que traemos de nuestra infancia. Y mientras más dura fuera nuestra infancia más fantasía hemos de meter en nuestro engaño.
Pero eso perpetúa el problema. Lo que nos sana es contemplar, sin miedo ni dramatismo, la realidad de la que huimos, y darnos cuenta de que tenemos mucho más valor y capacidad de adaptación en nosotros de lo que siempre pudimos imaginar.
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