Las relaciones que se basan en la falta de respeto requieren de dos papeles que se complementan: el de víctima y el de verdugo.
Y resulta muy curioso, porque en ese juego los participantes se viven, la mayoría de las veces, en el papel contrario al que están jugando.
Así el agresor suele vivirse como víctima, y es desde ese victimismo que justifica su agresividad. Proyecta su rabia en el otro y le ve como causa principal de su malestar.
Y la víctima se vive como un verdugo culpable y merecedor de ser castigado, de ser tratado mal y con falta de respeto.
Hemos de salirnos de ese juego, de ese callejón de espejos deformados que no nos permiten ver la realidad. Se trata de saber que todo lo que hay tras ese juego es una demanda de amor no correspondido y que, realmente, sólo es amor lo que, nosotros y los otros, merecemos.
No nos conformemos con menos. Es el nivel de respeto lo que marca el nivel de salud de nuestra relación.
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